Corría principios de los 90 cuando vi un anuncio de una charla sobre un viaje de aproximación al campamento base del Everest en un trekking de varios días. En verdad el viaje no llegaba al campamento, pero era una aproximación para ver de cerca la montaña más alta del planeta. El evento se organizaba en la librería-agencia de viajes Tierra de Fuego en Madrid y básicamente consistía en informar del plan, la logística, el equipamiento, las condiciones físicas, vacunas, etc de los participantes que ya se habían apuntado, los indecisos y los que, como era mi caso, íbamos por curiosidad.

Una de esas tardes que uno no tiene nada mejor que hacer. Yo iba para sacar algunos tips en la organización de este tipo de actividades, ver bonitas fotos y por supuesto, soñar un poquito en apuntarme algún día a un viaje así. Sin embargo, salí medio en shock de la charla y casi sin pegar ojo esa noche.

El ponente, que era quien iba a liderar el trekking, hizo una buena exposición entregando mucha info y confianza con la experiencia que tenía en este programa y viajes internacionales. No recuerdo bien como llegó al tema, pero empezó a hablar de lo que él definía como El Amigo Invisible. Comentó que, aunque se va en grupo, hay muchos kilómetros a pie que uno anda sumido en sus propios pensamientos. Y que, para hacer el viaje más ameno, le acompañaba un amigo o amiga invisible. Una persona con la que compartía lo que veía, lo que comía, le hablaba… en definitiva, un inseparable compañero de viaje.

El tipo me desnudó. Yo hacía lo mismo y no podía creer lo que estaba oyendo. Era mi mayor secreto. Y sin embargo, tenía a una persona que lo estaba contando feliz y abiertamente en público. Sí, me fui tan en shock de la reunión, que igual podía haber sido una charla para los astronautas que iban a la Luna; no recordaba nada.

Parafraseando a Ortega y Gasset: La juventud necesita creerse, a priori, superior. Claro que se equivoca, pero esta es precisamente el gran derecho de la juventud.

Yo cambiaría superior por único, porque me fui de la charla con el encontronazo de que ahora éramos dos en el planeta… ¿Habrá alguno o alguna más por ahí?

En la cumbre del Teide (3.715 m, Tenerife, España). 5 días de ruta en solitario por allá por finales de los 90.

Por aquella época, casi en la veintena, salía a la montaña más solo que acompañado, así que agarraba a alguien, o más bien esa persona aparecía de manera espontánea y me acompañaba de inicio a fin de la actividad. Por amigos invisibles han pasado familiares, amigos, alumnos, novias,… siempre alguien conocido y de alguna manera, alguien a quien el viaje iba a ser, por uno u otro motivo importante.

Organizamos todo juntos, tomando las decisiones en equipo: si conviene tirar para la derecha o para la izquierda, acampar aquí o allá. Yo lo ayudaba y recibía igualmente (auto) ayuda, cuando la cosa se ponía difícil.

Es muy estimulante porque el amigo invisible no presenta quejas, todo es apoyo y comprensión; asumir las cosas como venían, afrontarlas y tirar para adelante juntos. Incluso si había olvidado algún material importante: a la próxima lo haremos mejor. Pero no había próxima, porque siempre me acompañaba alguien diferente. Nunca he ido 2 veces con la misma persona. Pareciera que no tenía sentido explicar dos veces un nudo, el nombre de un ave o en qué orden poner las cosas en la mochila,… -Pa qué, si ya sabí po wn.

En la literatura de montaña son bien conocidos los efectos alucinógenos en altura, sobre los 7.000 m snm, o en situaciones de estrés extremo. Tema que se ha tratado incluso a nivel científico en psicología. Un excelente ejemplo lo podemos ver en la película Nanga Parbat (2010) cuando Reinold Messner persigue a un sujeto que aparentemente lo saca de su desorientación y desesperación en la bajada de la montaña. Shackleton, Hermann Buhl y así una larga lista. Este brote psicótico es usualmente conocido como el ‘síndrome del tercer hombre’; y hay una excelente recopilación de estos casos en el libro ‘The Third Man Factor’ por John G. Geiger si te interesa el tema (y debería intersarte).

Pero este brote o episodio no siempre aparece en forma de una persona-fantasma; también pueden ser alucinaciones olfativas o acústicas como el sonado caso, valga la redundancia, de Joe Simpson que, al borde de la muerte y sin venir a cuento, no podía sacarse de la cabeza Brown girl in the ring de los Boney M. O más banal, mi instructor de alpinismo en Espacio Acción, que en su subida al Cho Oyu (8.201 m) entraba en todas las carpas preguntando si venían de Valencia…

Espero que mi amigo invisible no sea un brote psicótico generado al nivel del mar o durante el alegre ‘estrés’ de preparar una salida… Sea como fuere, igual es importante saber del síndrome del tercer hombre, o mujer digo yo, por los accidentes que pudieran ocasionar y que nunca sabremos si ocasionaron, y saber cuándo atarse al palo mayor como Ulises frente al canto de las sirenas.

En la quebrada de Coscaya, Tarapacá, Chile; instalando cabeceras. La ubicación de los anclajes a consenso con mi amigo.

Escribiendo estas líneas recuerdo que en la película Capricornio Uno (1977) hay una escena de un astronauta escalando una pared (sipo astronauta y en free solo…); para distraer el foco del riesgo de caída se cuenta así mismo una historia trivial. Bueno… yo prefiero el amigo invisible y sobre todo no verme en una situación así y que se me caiga. Llamada de emergencia invisible, rescate invisible, funeral invisible…todo invisiblemente terrible.

¿Es un proceso psicológico de falta de confianza o de autoestima? ¿Es como ponerle nombre a una herida para personalizarla poniéndole nombre a tu soledad? No sé. El caso es que le eché de menos hace 4 días cuando fui a subir el Lonquimay (2.865 m Araucanía, Chile) en solitario. A 2 horas de camino y en mitad de subida, me di cuenta que iba sin mi amigo invisible. Ya era tarde para agarrar a alguien; y nunca me gustó forzar a nadie a hacer algo que no le apetecía. De más, ningún brillo arrancar a media montaña, ¿a dónde el mérito?

Tengo que decir que se me fue el tiempo acordado para estar abajo y decidí no hacer cumbre. Ahora me pregunto si no habrá sido por la falta de mi amigo o amiga invisible.

3 respuestas

  1. No creo, la puntualidad cuando se está en lo que a uno le gusta solo suele ser para empezarla, no para terminarla. Tengo un amigo, de carne y hueso, que usa de ir a pescar un par de horas antes de entrar a trabajar….. yo sería incapaz de hacer algo así. Y no, no uso de amigo invisible en mis salidas, me molestaría….

  2. Hola Carlos. Hace unos días estuve con mi hija en Guisando, paseando por la ruta que sube al refugio Victory (solo dimos un breve paseo). Y en aquel momento, al empezarlo, recordé que había estado allí contigo, haciendo ese camino. Aquella vez llegamos al refugio (yo bastante después que tú y que Belén). Eran los 90, como en tu foto de Tenerife, adonde casualmente fui a vivir años después. Yo he caminado mucho en solitario y, aunque no recuerdo llevar a nadie, si pensaba en muchas personas cercanas y hablaba a menudo conmigo.
    Soy Mario y en aquella época compartimos algunos ratos de trabajo, tu diseñando y yo montando exposiciones.
    Me alegra mucho verte de nuevo.

    1. 17 de agosto / Hay lugares muy distintos a lo largo y ancho del mundo. […]

      Qué sorpresa y qué emoción Mario! Te mando un link por Linkedin!

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