Junio de 2015 en un taller No Deje Rastro; ruta Poroma – Laonzana en la Región de Tarapacá. Unos 26 Km en 2 días; todo bajada y casi ninguna dificultad técnica. Excelente grupo de 5 personas, animados, con ganas de aprender, día soleado, extra-bonus de haber ido al baño antes de salir… ¿Qué podía salir mal?

Pues que a unos 10 Km de la ruta miro a uno de los participantes y andaba pálido como vela de misa. Minutos antes ya le veía medio cojeando que se resolvía con un:
– ¿Todo bien?
– Sí, todo bien.

Llegado a un punto, detenemos la marcha y después de varios:
– No, si estoy bien…
– Ya… pues déjame ver el pie po…

Las fotos hablan por sí solas. No podía dar un paso más sin sentir punzadas de dolor extremo. El calzado no era ni nuevo ni inadecuado, pero reconoció que hacía muchísimo tiempo que no lo ocupaba, aparte de una vida bien sedentaria. ¿Eran prestados? Podría ser.

Poco que hacer para la cura, ya habían reventado las bolsas; así que se tomó la decisión de poner fin a la actividad, pasar la noche y al día siguiente atajar e ir directos a Mocha.

Pero ¿cómo es posible que no avisara antes? El amigo iba con la polola. Y la polola, mochilón en la espalda, iba más feliz y a gusto que cualquiera del resto incluido yo mismo.

¿Temor a fastidiar la actividad? ¿Arrogancia? Sea como fuere, ocurrió lo que seguramente estaba evitando que ocurriera, en silencio. Y precisamente por eso ocurrió.

Ser el causante de un problema o inconveniente en un grupo no es cómodo a ningún nivel, ni deportivo, ni profesional, ni lúdico.

Durante el curso de Educador al Aire Libre con NOLS Patagonia uno de los compañeros tuvo un accidente sin grandes consecuencias. Fue doloroso ver como la persona se sintió afligida y señalada por el giro de planificación que supone un incidente de este tipo. Como toda crisis, afortunadamente sin grandes consecuencias, se convirtió en un tremendo aprendizaje y una lección de empatía para todos. Bueno, menos para uno. ¿Por qué hubo tan excelente reacción? Por que los instructores abonaron ese posible terreno antes de ponernos la mochila al hombro.

Desde el 1er contacto que tengo con los clientes ya voy absorbiendo información: si abonan el curso al tiro (responsables/consecuentes), si entregan la documentación cuando se les pide (puntuales), cómo está presentada (cuidadosos/desordenados), los que hacen preguntas (interesados o no leyeron nada…), etc…

Luego en la reunión para salir, los que llegan mucho antes de la hora (exigentes/ansiosos), los de la mochila de 35 l que llevan todo por fuera tipo Ekeko (¡vamos que se puede!), los que llegan 1 h tarde (sin comentarios)…

En terreno, reorganizando la mochila, dando las primeras instrucciones y con el calentamiento o juego antes de partir, hago el último escáner para estar atento durante la ruta. Preferentemente con los más vivos que son los más atrevidos en los pasos más complicados.

– Eres un analizador. Me dijo en su día mi instructora. Y sí, es una máquina que no puedo poner en modo reposo; pero ese es otro tema.

Afortunadamente, todo este esquema mental luego se desmorona durante la actividad: los calladitos no paran de hablar. El o la que aparentemente tiene menos experiencia, luego es el o la más aperrada o se levanta al día siguiente como un chercán. El que va de Power Ranger (mitones incluidos) luego hay que ayudarlo a hacer destrepes sencillos o se levanta al día siguiente como si hubiera pasado la noche en blanco en el velatorio. Y así una larga y pintoresca lista de situaciones que son una rica enseñanza para mí como educador y recordarme de no hacer prejuicios.

Volviendo al taller de No Deje Rastro, aún no era maestro sino monitor; yo debí ser más tajante al 1er indicio de cojera y parar la marcha. Era evidente que tenía una molestia, pero me confié ya que estábamos a 1 h corta del campamento.

Ahora procuro hablar de comunidad en vez de grupo, ya que la comunidad se define por un grupo de personas que viven juntas y que tienen los mismos intereses. Justo lo que hacemos en una actividad al aire libre.

Invertir algo de tiempo en hacer sentir a los participantes que la actividad es una máquina y cada uno de nosotros sus piezas interconectadas entre sí, ayuda harto. Si una de ellas se estropea, la máquina no puede cumplir su/s objetivo/s. Entendiendo por parte de los objetivos, llegar BIEN, no llegar a toda costa. De más, si hay una relación comercial.

La comunicación, sinceridad y empatía de los participantes es primordial y tarea imprescindible para un guía, si quiere obtener la mejor respuesta o resultado ante cualquier eventualidad, así como evitar posibles situaciones adversas. Y las actividades al aire libre son una excelente herramienta para el desarrollo de estas habilidades sociales. Entre otras cosas, es por eso que me encanta este trabajo.

¿Cómo acabó el tour? Pues con tremenda fiesta… Me vi obligado a separar al grupo en un punto que ya teníamos Mocha a la vista: yo con otro participante nos fuimos en modo Correcaminos a recuperar el auto en Laonzana y el resto a Mocha a paso de procesión de Semana Santa (literal). Cuando llego a Mocha resulta que eran las fiestas del pueblo. Preocupado por el grupo, estaban todos botella en mano al son de música de la Tirana (en vivo).

El de las ampollas ni se acordaba de las heridas del pie… Así que, final feliz y como siempre, un excelente aprendizaje para todos.

Contrariado me encuentro este panorama, fin inesperado, pero feliz al fin y al cabo. Foto: Alejandra Carter.

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